Cuando discriminamos y tenemos prejuicios vamos en contra de los derechos fundamentales y hacemos que convivir sea difícil. Esto pasa, por ejemplo, cuando nos sentimos superiores o mejores que los demás y les imponemos nuestras conductas, nuestro pensamiento o forma de ver y hacer las cosas.
Del respeto por el otro nace la tolerancia, importante valor que nos guía a vivir en un mundo donde todos somos seres con diferencias pero con los mismos derechos.
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El color de la piel, los rasgos físicos, la manera de hablar, los gustos, nuestras creencias, posturas políticas, nacionalidades, preferencias sexuales, entre muchas otras diferencias hacen que nuestra cultura sea diversa e interesante.
Vivir en una sociedad incluyente en la que todos tengamos nuestro lugar, nos respetamos a pesar de las diferencias y nos tratemos como iguales, requiere de nuestro compromiso, que nos sintamos motivados a aprender los unos de los otros y a ayudarnos mutuamente.
Nuestra actitud, nuestras expresiones y como nos comportamos pueden hacer que nuestra vida en comunidad sea más sencilla. Aprendamos a ponernos en los zapatos del otro, a guardar silencio, a conciliar, a buscar ayuda cuando lo necesitemos y a hablar con respeto aceptando que los otros son diferentes a mí.